En una de las formaciones que fui en India, hablé varias veces con uno de los swamis (maestros) que impartía el curso.
Me preguntaba por mi vida y por mi práctica, y yo le preguntaba por cuestiones trascendentales que me surgían.
Al ver mi deseo intenso por ir más allá de lo conocido, un día me preguntó que por qué no me iba unos meses a experimentar la vida en un ashram.
Aquello me resonaba muchísimo. Tenía ganas. Me era natural.
Pero otra cosa había pasado en mi vida, justo una semana antes de coger el avión a India.
Había conocido a un chico.
Y la vida de ashram que me proponía el swami, no era compatible con seguir conociéndolo, aunque no tenía ni idea a dónde iba a parar aquello, ni si llegaría a alguna parte.
Entonces me tocó decidir:
¿Sigo mi camino de autoconocimiento por la vía de vivir en grupo, recibiendo instrucciones directas y diarias de un maestro, haciendo cada día mis prácticas y sirviendo desde ese lugar a otras personas?
¿O elijo crear el ashram en mi propia casa, hacer mis prácticas aquí y seguir formándome y sirviendo desde “la calle”?
Mi decisión ya la sabes.
Pero por si acaso te lo digo: no te escribo desde una ashram en India.
¿Me equivoqué?
¿Hice lo más coherente con el propósito de mi vida?
No lo sé.
Lo que sí puedo decirte es que he aprovechado al máximo esa decisión.
Y la sigo aprovechando cada día.
¿Cómo?
Es una de las cosas en las que me entreno cada día.
A tomar decisiones certeras, y a hacerme responsable de aprovecharlas al máximo.
Y de estas cosas le hablo a mis suscriptores cada día, en los emails que envío.
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Un abrazo,
Naylín
P.D. Alerta de spoilers: el chico que conocí antes de aquel viaje a India es mi pareja actualmente, y el padre de mi hijo.